19 de junio de 2012

Matar a Camus

   Con la excusa de las navidades pasadas, pedí a los Reyes la reposición en mi biblioteca del famoso El extranjero, de Camus. Ya había olvidado los motivos de la primera impresión que me provocó dicho libro en mis épocas de adolescente y me daba vergüenza no poder argumentar con claridad la opinión generalizada de que estaba ante una obra maestra. Por lo que a mediados de enero, recuperé el título, en edición de bolsillo.
   Por suerte, en la contratapa hicieron un spoiled del final. Porque de otra manera no habría llegado hasta ahí... ¡Qué tiempo perdido! El entusiasmo con el que los intelectuales europeos de la posguerra acogieron al manuscrito espeso de la decepción, seguramente tiene muchos puntos en común con mi propio estado de sorpresa e inmadurez adolescente cuando yo misma lo leí hace dos décadas.
   Sinceramente, me pareció que el cabrón del personaje principal vivió demasiado. Yo lo hubiera colgado mucho antes. Es insoportable: un verdadero psicópata. Un maníaco depresivo que ni siquiera posee el humor ácido del personaje de El guardián entre el centeno (menos mal, me lo regalaron junto a la bazofia de Camus y fue oxígeno para mi cabeza). Te termina importando un huevo lo que le pase, con tal de que se calle de una vez. Es como el típico cuñado malhumorado que cuando abre la boca en una fiesta sólo es para quejarse de la comida, la música, el calor y el escote de tu madre.
   No hay un momento de poesía, ni una sola reflexión que no esté teñida de pesimismo, ni belleza, ni verdad. Amputa todo momento de paz. Los que podrían haber sido momentos de belleza, se pasan por el filtro mugriento de un supuesto escéptico charlatán. No hay manera de empatizar con el bicho mientras te larga a lo largo de las páginas todo ese rollo de que él es el único que comprende que la vida es una mierda. Debería haberse emborrachado e irse de juerga al menos, pero ni eso. Ni una sola escena de sexo explícito, por lo que me sospecho que aemás el tipo era impotente o algo peor.
   Una vez escuché, o leí, que los libros que uno aprecia son aquellos con los cuales te apetece irte de copas con su autor. Pues no me iría de copas con Camus" ni jarta 'e vino"
   Por fin, cuando terminé el libro, sin extrañarme de que su última palabra fuese "odio", lo abandoné en un cajón que no recuerdo y crucé el océano para darme un baño de honestidad brutal con Holden Caulfield.
   Creo que necesitamos, así como los historiadores, un revisionismo literario.