19 de marzo de 2014

Fuerzas de la naturaleza

La cosita aún se despierta un par de veces por la noche. Y si está con mocos o similar, es un no parar entre medicinas, pañales y llantos. Luego está lo de bajar a una cocina a prepararle los biberones y tener que entrar a ostias por las cucarachas. Cuando no piso un orín de perro. Cada mañana, cuando llega la hora de continuar con la rutina laboral y ella va a la guardería, desayuno entre la pila de platos sucios de la cena. Es curioso: somos sólo tres adultos, y siempre hay en el fregadero una pila de diez platos, vasos, tazas, cubiertos... todo por fregar. Me sospecho que las cucarachas no saben lavar platos. Les tendrían que prohibir cenar luego de las doce de la noche.
Y el día transcurre entre corridas para alcanzar el colectivo, escapes por la ventana de la guardería para que la cosita no la arme, pagos de facturas, proveedores, quejas de los empleados, robos y cigarros. A veces me sorprenden los inspectores de sanidad y entonces la cosa se pone interesante. Todo se soluciona cuando ellos me dan un número y yo deslizo un billete por entre los paquetes de tabaco.
Luego, salgo corriendo para buscar a la cosita de la guardería, llego con ella en brazos hasta el negocio de mi hermano donde nos subimos todos a un coche, a pelear por el espacio. Llegamos a casa siempre cuando a la comida le faltan veinte minutos y yo negocio un poco de televisor para distraer al hambre. A veces me acuerdo de ir al baño. Con el tiempo de la siesta cerniéndose como una nube tormentosa a mis espaldas, le doy el almuerzo a la cosita. El resto está chupado: almuerzo yo y vamos juntas a dormir la siesta. Cuando ella se duerme veinte minutos después yo me levanto para poner en orden su ropa, su mochila de la guardería, algo de la cocina (hablo con las cucarachas)...
A la tarde, con la niñera dándole su leche con galletas, yo me puedo duchar. Salgo de casa a escondidas mientras ella juega con su pelota fosforescente e hipnótica. Voy al trabajo sólo para que no me acusen de descuidada. Es la hora en la que todo empieza a importarme un rábano. Pero a esa hora me pasan un reporte de daños con todo lo que falta, no funciona o se rompió durante el día. Por costumbre, lo pospongo para el día siguiente. Me ocupo de soñar por diez minutos mientras fumo un cigarrillo y vuelvo a casa para la hora de la cena.
Cuando por fin se duerme, me tomo otros diez minutos y en vez de cenar me ocupo de mi correspondencia. Algo es algo. Poco a poco voy saliendo de este letargo llamado maternidad.