26 de abril de 2014

¡Bisturí!

Nunca te enamores de un gordo, querida.
Atenta al detalle, estoy diciendo que nunca te ‘enamores’ de un excedido de peso. Puedes, si lo deseas, acostarte con él y follar hasta que no puedas sentarte. O puedes invitarlo a un chino, que eso le encantará seguro y podrás sentirte que eres un pajarillo comiendo, llenándote la boca de grasa del pato con bambú.  Es un verdadero placer comer con alguien que disfruta realmente de una buena mesa. Pero no te enamores.
Enamorarse de un obeso (atenta, también estoy diciendo ‘obeso’, no ‘gordito’, ‘cachetón’, ni ninguno de esos motes, me refiero a un rebosante de papada como Buda) es para sufrir. Ya puedes adorarlo, anticiparte a sus deseos y hasta lamer el suelo por donde camina. Ese gordo no creerá jamás en tus sentimientos. Obvio, piensa que cada mañana luego de ducharse, ese gordo que te vuelve loca no es capaz de aclarar el espejo empañado, porque no puede ver su propio cuerpo reflejado, porque no puede observar sus tetillas caídas, porque no puede verse el sexo, empobrecido y afixiado debajo de su barriga. Piensa que ese gordo ha hecho una larga carrera de la burla: aprendiendo a burlarse de sí mismo, antes que lo hagan los demás. Ha aprendido a detestarse, antes que los demás. Ha expresado todo su asco, antes que los demás.
Y ahora vienes tú, linda, ¿y le quieres hacer borrar con el codo lo escrito con su regordeta manito? ¿Quieres hacerle ver lo inteligente, divertido, espiritual o profundo que te parece? Seguro te divierte su humor ácido y hasta encuentras sexys las cascadas de su cuello. Pues quítate esas románticas ideas de la cabeza, porque en cuanto te quedes babeando delante de esos avisos de Hugo Boss, ese gordo que va a tu lado confirmará que tú no lo quieres y no lo has querido nunca. Y encontrará un millón de otras razones rastreras para explicar tu presencia en tantas cenas en los chinos.
Mi consejo es que pases de él. Sin anestesia. No, no te empeñes en cambiar nada, porque no tiene arreglo. Un hombre cualquiera tiene muchas maneras de romperte el corazón, pero un hombre feo tiene la peor de todas: te convierte en su propia fealdad. Al menos uno guapo te deja bellos recuerdos cargados de su presencia. Al final dirás. ‘joder, que bueno estaba…’
Uno normalito te deja tardes pacíficas y bromas cursis. Podrás reírte y decir: ‘lo que me he reído con fulano…’
Pero uno feo sólo puede dejarte heridas. Y el amargo comentario: ‘yo lo quería, y él nunca me creyó…’
Haz algo mejor con tu tiempo. Cómprate zapatos de tacón, depílate, maquíllate a tu gusto (cosa que no podrás hacer junto a un gordo, no les gusta que vayas muy guapa), usa minifalda y enróllate con ese tonto tan guapo que te encuentras siempre en el metro.
De nada, guapa.

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