28 de julio de 2012

Todo (2006)

Todo lo que quiero es una casita pequeña y tibia, con techo de zinc a dos aguas donde escuchar la llovizna invernal murmurando, perdida en alguna llanura entrerriana, o tal vez en pleno Misiones. Con una galería cubierta de grandes ventanales desde la cual observar el amanecer, el suave despertar de una naturaleza inocente, en donde un fogón y una cocina de leña me calienten las manos ajadas y la pava de agua con la cual cebarme unos mates dulces. Y el sol entre sin detenerse, filtrándose entre la vegetación.

 Con un patio abierto al monte, un pozo de agua helada para lavarme la cara, un comedero para los cardenales de penachos colorados, gorriones moteados, cotorras verduzcas. Un algarrobo colorado de copa frondosa para tantos pájaros en medio del patio. Y una higuera con un panal de abejas trabajadoras. Algunas cabras saltarinas que regresen cada atardecer con sus crías. Unas gallinas que se mueran de viejas (porque no podría matar a un ser al que le pongo nombre) y me den, eso sí, los huevos suficientes como para la pastafrola de cada tarde. Ropa oliendo a leña, una guitarra alegre junto al farol de noche, un país parecido al que conocí y amé de niña, unas tazas de latón coloreado y con la pintura un poco descascarada.

 Un hombre que sepa cortar leña, cuidar una huerta, cantar chacareras, abrazarme respetuoso. Recio y silencioso, simple, fuerte, de ojos profundos. Que regrese también cada tarde a mi lado, pidiéndome unos mates mientras sienta en sus rodillas a alguno de nuestros hijos, y mira con agradecimiento a nuestro perro fiel de ojos iguales a los suyos, sentado a sus pies. Y un gato atigrado, observador, casi quemándose el bigote junto a las brasas del fogón, mientras desprecia el nerviosismo del perro mestizo que mueve el rabo con cada expresión mía. Una sopa caliente a la mesa recia de madera hecha por ese mismo hombre. Unas cortinas de algodón crudo moviéndose en la noche de luna creciente.

 Y un corazón en paz.