30 de enero de 2012

La lengua de las máquinas

Como en las películas antiguas, quiso tropezar contra el filo de algún mueble, en vano. Los habitáculos organizados tras la última Reforma para la Habitabilidad del Entorno Productivo carecían de muebles de patas o cualquier otra forma de elevación. Se rascó la cabeza sin darse cuenta y activó con ello la esfera que se asomó por una trampilla de la pared y se acercó hasta sus pies a recoger los cabellos invisibles que habían terminado de caer en la moqueta. Acto seguido ésta se elevó hasta su frente y lo roció, con mala puntería, muy cerca del ojo derecho.


Ardía, pero él no se inmutó. Dejó que se le llenaran los ojos de lágrimas y cuando éstas dibujaron una raíz desde su lagrimal, la esfera anunció “colirio”, pero él esquivó el nuevo rocío y retrocedió. No tenía con qué tropezar, pero se enredó con sus propias piernas y cayó de espaldas. No llegó a tocar el suelo, el puff se interpuso y lo dejó en una posición cómoda para observar la pantalla que se descargaba del techo. En el habitáculo resonó la programación correspondiente a su estado de ánimo. “Ansiedad”. Seguidamente, en las imágenes pudo ver a Viena en otoño, una investigación sobre el antiguo rito de pescar lo que se comía, las ventajas del color blanco en todos los habitáculos. Resopló y habló a la luz: “Aria”, dijo, y la habitación quedó en silencio. Ninguna imagen reapareció, sólo se escuchó la sentencia “No hay mensajes nuevos”

Se puso en pie y fue directamente a la pared más cercana, dándole un puntapié con toda la fuerza de sus veinticuatro huesos, sintiendo cómo éstos torcían su proporción áurea. Escuchó que la voz en la luz volvía a pronunciar su receta. “Ibuprofeno, seiscientos miligramos”. Medio cojo y con los ojos cansados, habló ante la puerta “Permiso para salir”. Hubo otro silencio, y la voz replicó “Estado emocional inestable. Clima externo húmedo. Temperatura tres grados. Hora cinco a eme. Posibilidad de baja laboral alta”. Suspiró, a sabiendas de lo que vino a continuación. “Permiso denegado”

Cuando retiraron su cuerpo hinchado, veinte días después, rescatándolo de entre los pocos muebles que tenía el habitáculo, completamente destrozados, y las esferas con sus mecanismos abiertos, la cruz roja aún titilaba en el holograma y la voz repetía “Permiso denegado”

27 de enero de 2012

Trampaleja (o 'el compromiso')

(juego de palabras necesarias para comprometerse con la vocación de escribir: RATO, hay que dedicarle su momento; RETO, tiene que ser un desafío y no aburrirte; RITO, tiene que ser constante como lavarse los dientes; ROTO, hay que corregir y volver a empezar cuantas veces sea necesario; RUTA, hay que hacer camino y experiencia)

Rato. Reto. Rito. Roto. Ruta.
Rato. Reto. Rito. Roto. Ruta.
Rato Reto Rito Roto ¡Mierda!
¡Hay que poner una lavadora!
Rato reto Las plantas necesitan
agua Rito Roto
¿Vive aquí el presidente
de la comunidad?
Ruta
Rato Reto Tengo que sacar
la basura
Rato Reto Rito ¡Las gotas
del gato! Roto Ruta
Hoy hago horas extras
Rato Reto Reunión y yo
con estos pelos no puedo
Roto
¿Cerré el gas antes de salir?
Ruta Rato A ver si vacío
el lavavajillas
Rato "amor, compra leche y pan"
Ruta Otra vez llegando tarde
Rato "¿Qué hay de cenar?"
Reto Mi ponencia es mañana
y no preparé nada
Rito Sigo sin escribir aquí
Roto correr una hora
y comer mucha fibra
Ruta

con todo, tengo un par de cuentitos
de los que me maravillo o avergüenzo
según la estación...

23 de enero de 2012

Literatura Prospectiva (nos fuimos de visita)

A los compis de Literatura Prospectiva les estaba en deuda de algo corto (un relato, obvio). Y ahí fuimos, de visita, con una bandeja de pastas para el té y un relato furibundo sobre lo que nos cuentan nuestros genes. Comentad, malditos:

http://www.literaturaprospectiva.com/?p=9132

21 de enero de 2012

La emboscada

El quinto pelotón no volvió. De la cuarta brigada no se supo nada al atardecer. Cuando el noveno regimiento no fue más que estática en la radio, al general Gutiérrez le tembló la muñeca derecha al recibir una nota al telegrafista. Leyó en voz baja.


“Vaya usted mismo stop tiene hasta el amanecer”

El intercambio de miradas apuró al muchacho, que giró sobre sus talones una vez hecho el saludo de rigor. El general Gutiérrez, de pie ante la puerta de su tienda, observó la colina en el horizonte. La artillería seguía quemando el cielo, pero en la colina nada se movía. El fuego no llegaba hasta ese montículo de tierra.

Es sólo tierra, pensó el general. Sólo un montón de tierra, puñados de tierra unos encima de otros. Alguna piedra. Tiene hasta el amanecer.

El general Gutiérrez le puso los signos de exclamación que faltaban. Tan seguro estaba de que esas órdenes habían sido gritadas, casi escupidas, en el arrebato.

Para asegurarse de que todo terminaría rápido, con victoria o derrota, el general Gutiérrez se puso al frente del ejército. Sin tanques ni blindados, inútiles en el estrecho paso del cual no regresaron los mejores hombres, se dispuso un ataque incesante, hombre a hombre. La artillería enmudeció, y sus operarios se cuadraron en las filas para aumentar las posibilidades.

Por fin marcharon, avanzando entre restos de metralla y tierra quemada. La colina se elevaba en el cielo de aquella noche como una madre ofendida. El general Gutiérrez, al frente de sus capitanes, respiró hondo y entró en el desfiladero con el fusil apuntando a la raja que avistaba a la salida del mismo.

Pensaban que terminaría rápido, pero no tanto. El general cayó ni bien lo deslumbró la luna. Y el caos se desató, puesto que los capitanes vieron cómo se lo tragaba la tierra y dieron el paso al frente para evitar lo. Quienes venían detrás de los capitanes los vieron desaparecer, y el terror los movió hacia adelante. Una fila tras otra, avanzando y desapareciendo, el ejército entero se deslizó por los toboganes que los rebeldes ciudadanos se habían negado a entregar a la fundición estatal, y que habían dispuesto a la salida del desfiladero. Una fila tras otra, fueron entregándose a la pendiente, entre gritos, algunos cogidos de la mano por un capitán, otros abrazándose con sus mejores amigos del campo de batalla. Vieron en sus caras las caras de los abuelos, los tíos, los padres de antaño. Respiraron. Al final de la pendiente, entre pelotas de color, encontraron a los perdidos y siguieron en frenesí, trepando por el resto de toboganes dispuestos en el parque, olvidando por qué estaban ahí.

20 de enero de 2012

Homínido

   Oank no tenía nombre aun cuando ocurrió el miedo. La tormenta se desanudó tal como el grupo lo olfateó en el viento, pero llovían rayos. En los puntos de la sabana que los ojos alcanzaron empezaba el fuego. Retumbó una luz muy cerca del árbol donde se cobijaban. Y los depredadores de cada noche ignoraron la presencia de sus carnes cuando pasaron al ras, dando saltos entre la maleza, huyendo con los pescuezos erizados. La estampida comenzó.


   Oank, dando un salto elástico, sin soltar el hacha de piedra con la que vigilaba cada noche, dejó atrás primero a los enfermos, luego a los ancianos, a las hembras que cargaban niños de teta, a los propios niños. Por último, dejó atrás a los machos que como él corrían armados de hachas. El fuego les pisaba los talones pero la cumbre de piedra estaba cerca, su oscuridad era inaccesible para las lluvias, lo sería también para el fuego.

   Oank llegó hasta las primeras piedras, se aferró a ellas con la misma ferocidad en pies y manos y subió la pendiente licuando sus músculos hasta alcanzar la cueva. Dentro de ella, lo aturdió su propia respiración. Era un fuelle roto, una bestia que exhalaba y hacía eco. Cayó junto a una mancha de humedad y esperó. La luz del fuego empezaba a iluminar cada filo, cada arista del refugio. Los rayos habían callado.

   Los dioses entonces soltaron la lluvia y Oank, soltando su hacha, emitió un sonido. Un sonido que al fin le devolvía la cueva como suyo. Pero no fue suficiente: Oank se puso en pie. Gritó a la entrada de la cueva, la luz se iba apagando con el incendio y sólo entraba hasta él la humedad que salpicaba la piedra. El eco otra vez. Oank, tiritando, salió de la cueva y se quedó a la intemperie gimiendo. Ya no estaba a salvo. Se había quedado solo por primera vez en su vida.

18 de enero de 2012

Mercacomplot

Tengo ofertas de sushi. Fotodepilación. Blanqueamiento dental láser. Abducción de caderas. Abogados exprés. Un calendario de fontaneros. El catálogo de IKEA. Muchos restaurantes chinos. Falafel vegetariano. Los precios del Carrefour. Una escapada a Soria. Y un crucero por Marruecos.
Ni una palabra suya.

17 de enero de 2012

Por qué... por qué...

Empecé a escribir para escapar de la cárcel. O de un aciago destino. Mi padre era un estafador de poca monta al que siempre le salían mal las cosas. De él aprendí a mentir muy bien. Pero decidí utilizar ese talento en otra cosa que no fuera sacarle dinero a la gente ilusa. Porque cuando uno tiene seis años de edad tampoco puede sacar gran cosa que no sea una buena nota en un examen de dictado. Desde entonces, me fui perfeccionando en el arte de contar historias. Volviendo a los exámenes, nunca estudiaba: relataba muy bien cualquier paranoia que imaginaba para responder a un profesor, y salía con las mejores notas. Desde entonces no he parado.

14 de enero de 2012

Yo te maldigo

Su vida acabó a los ventiocho años. Lo supo. Tuvo la desgracia de seguir respirando hasta los sesenta y ocho, completamente lúcido.

12 de enero de 2012

La Condicional

Una vez fuera, dejo pasar el autobús que me lleva al centro. El guardia de la caseta de entrada me mira pero no apunta el detalle. Quiero aprovechar y caminar en línea recta, o haciendo un zig-zag, para borrar de mis piernas la caminata en círculo de todos los días. Por fin aire fresco. Es la hora de la tarde en la que el mundo parece el fondo de una pecera y yo creo que en una vida pasada he sido un pez. Empecé a creer en vidas pasadas porque acaricio la idea de una vida futura. De muchas vidas, otras. Hasta tener una en la que seré feliz. Me recreo en los detalles de esa vida, en otro tiempo, mientras me acerco a las luces navideñas que me indican que llevo horas caminando y llego a la zona comercial que, como yo, hoy no dormirá. Porque hay un VIP's con una oferta de tortitas de nata, el camarero reconoce que la oferta sigue vigente cuando le doy el vale promocional. Ramírez me lo alcanzó porque en su última salida se lo dieron y él es celíaco. Esa es su mayor condena, asegura.
La larga caminata me hormiguea en las pantorrillas mientras me quito el hambre con ocho tortitas. También me dejan sirope de caramelo y mermelada de frambuesa. Pero para mí esas son mariconadas modernas, las tortitas se toman con nata desde su invención. Estoy tan seguro de eso como de que ayer, en el baño del ala derecha, un par de sindicalistas dejaron a Benítez en estado de exaltación.
Para bajar tanta harina y lácteo, elijo un parque sin vallas. Recorro sus senderos evitando a los mendigos, las parejas en la pubertad de sus hormonas, los vendedores de hachís. Es increíble lo poblado que puede estar un parque a medianoche cuando uno necesita hacer sitio en sus intestinos. Lo había olvidado. Pero una vez resuelto el problema encuentro ese monumento donde un par de africanos que no venden nada, ni me miran, cantan una canción tocando un tambor. Parece una canción de cuna.
Me despierto dolorido y helado. Por la lumbre del cielo es hora de volver, si quiero ir caminando. A mitad de camino me arrepiento, el sol está alto y calculo que llegaré tarde otra vez. Así que espero ese autobús y cuando subo me encuentro a Benítez. Sabe que lo se, pero no comentamos nada. Está más tranquilo y creo que lo mejor es no meterle el dedo en la llaga. Bromea con la rutina que nos espera al regresar. Trato de seguirle la corriente, y en el esfuerzo me doy cuenta de que estoy a punto de llorar. No quiero regresar, no quiero volver a entrar en esas paredes, ni saludar a nadie para evitar rencores, ni mantener la calma ¡No quiero!
Benítez me da una palmada en el hombro, interrumpiendo mi aflicción. Suspira y suspiro. En verdad, él se lleva la peor parte, yo no tengo de qué quejarme.
Lo recuerdo cuando vuelvo a sentir ese dolor en el pecho al saludar al guarda de la caseta, otro guarda. Y una vez dentro me despido de Benítez por los pasillos, entro en el departamento, y enciendo mi ordenador suspirando por la hora de salida.

11 de enero de 2012

Como locos

Estamos como locos, ¿saben? Como locos por salir en rebaño atolondrado a comprar otro sueter en rebajas. Como locos de ponernos tetas en el culo y el culo en las tetas. De desafiar al ácido láctico en vuestros gimnasios para lucir palmito en Tailandia en agosto. Como locos de entrar a Tiffanys a desayunarnos un diamante. Como locos de internar a nuestras mascotas en un spa y de bañarlos en chocolate. Como locos por comprarnos un piso sin calefacción a ochenta kilos. Y otro en primera línea de playa. Y otro en la sierra. Como locos de que el banco vuelva a lamer el suelo por donde andamos cuando vamos a pedirle más besos. Como locos de quemar el caño de escape de un nuevo coche mientras reciclamos debidamente nuestros envases. Como locos de consumirnos como locos y así volver a salvarles el culo.
Sólo hace falta que nos suban el sueldo a todos.