Como en las películas antiguas, quiso tropezar contra el filo de algún mueble, en vano. Los habitáculos organizados tras la última Reforma para la Habitabilidad del Entorno Productivo carecían de muebles de patas o cualquier otra forma de elevación. Se rascó la cabeza sin darse cuenta y activó con ello la esfera que se asomó por una trampilla de la pared y se acercó hasta sus pies a recoger los cabellos invisibles que habían terminado de caer en la moqueta. Acto seguido ésta se elevó hasta su frente y lo roció, con mala puntería, muy cerca del ojo derecho.
Ardía, pero él no se inmutó. Dejó que se le llenaran los ojos de lágrimas y cuando éstas dibujaron una raíz desde su lagrimal, la esfera anunció “colirio”, pero él esquivó el nuevo rocío y retrocedió. No tenía con qué tropezar, pero se enredó con sus propias piernas y cayó de espaldas. No llegó a tocar el suelo, el puff se interpuso y lo dejó en una posición cómoda para observar la pantalla que se descargaba del techo. En el habitáculo resonó la programación correspondiente a su estado de ánimo. “Ansiedad”. Seguidamente, en las imágenes pudo ver a Viena en otoño, una investigación sobre el antiguo rito de pescar lo que se comía, las ventajas del color blanco en todos los habitáculos. Resopló y habló a la luz: “Aria”, dijo, y la habitación quedó en silencio. Ninguna imagen reapareció, sólo se escuchó la sentencia “No hay mensajes nuevos”
Se puso en pie y fue directamente a la pared más cercana, dándole un puntapié con toda la fuerza de sus veinticuatro huesos, sintiendo cómo éstos torcían su proporción áurea. Escuchó que la voz en la luz volvía a pronunciar su receta. “Ibuprofeno, seiscientos miligramos”. Medio cojo y con los ojos cansados, habló ante la puerta “Permiso para salir”. Hubo otro silencio, y la voz replicó “Estado emocional inestable. Clima externo húmedo. Temperatura tres grados. Hora cinco a eme. Posibilidad de baja laboral alta”. Suspiró, a sabiendas de lo que vino a continuación. “Permiso denegado”
Cuando retiraron su cuerpo hinchado, veinte días después, rescatándolo de entre los pocos muebles que tenía el habitáculo, completamente destrozados, y las esferas con sus mecanismos abiertos, la cruz roja aún titilaba en el holograma y la voz repetía “Permiso denegado”
No hay comentarios:
Publicar un comentario