17 de enero de 2012

Por qué... por qué...

Empecé a escribir para escapar de la cárcel. O de un aciago destino. Mi padre era un estafador de poca monta al que siempre le salían mal las cosas. De él aprendí a mentir muy bien. Pero decidí utilizar ese talento en otra cosa que no fuera sacarle dinero a la gente ilusa. Porque cuando uno tiene seis años de edad tampoco puede sacar gran cosa que no sea una buena nota en un examen de dictado. Desde entonces, me fui perfeccionando en el arte de contar historias. Volviendo a los exámenes, nunca estudiaba: relataba muy bien cualquier paranoia que imaginaba para responder a un profesor, y salía con las mejores notas. Desde entonces no he parado.

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