5 de mayo de 2014

El invisible

Existe en Resistencia un invisible. Su cuerpo consta de una parte llamada disco (parte solidaria, buen nombre) y una parte llamada pastilla (superficies de fricción). Todo él empieza en un pedal o en un manillar que lo acciona, según el vehículo que lo utilice, y termina en una cantidad de calor que expulsa el vehículo al final de la maniobra. Este artilugio, prácticamente desconocido en Resistencia por los conductores, tiene un nombre que nombra todo el proceso. Estoy hablando del freno, ese gran desconocido.
Y digo desconocido porque al parecer nadie sabe que está ahí, que funciona, que se utiliza cuando, por ejemplo, la luz del semáforo pasa de verde a amarillo. Por el contrario, quisiera creer que en una confusión de pedales y manillares, cuando se avista la luz del cambio todos aceleran, ignorando al freno, al tiempo que tarda la luz en ponerse en verde y, peor aún, ignorando el tiempo que les tomará frenar en caso de emergencia.
Porque mientras los que vienen de la luz verde al amarillo aceleran, los que esperan del rojo al amarillo... también aceleran. Y los números no dan:
El que cruza a 30 km por hora (si viene acelerando, supera esa velocidad) tiene sólo 5 metros para frenar. Si se cruza a 60 km por hora, tiene 15 metros. Y así, exponencialmente. Quienes aceleran, de un lado y del otro, ignoran el freno y esos números de posibilidades de cruzar sin llevarse a otro vehículo por delante.
El freno, ese desconocido, existe porque existe la luz amarilla. Existe porque existen las esquinas, los animales sueltos, los vientos que tiran un árbol en mitad de la calle, la rueda que se pincha en el peor momento, la botella de agua fría que se te vuelca encima, el termo del agua caliente que hace otro tanto. Pero, sobre todas las cosas, el freno existe porque existe el otro. Ese que se ignora hasta que, en un toque, se descubre que estaba ahí, que sus huesos se rompen, que sus órganos se licuan, que duele.

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