Mientras su abuela regulaba la temperatura en la puerta de entrada a la habitación, Néstor escribió en su pizarra la nueva palabra aprendida en el colegio. Estaba aún en la tarea cuando la abuela le colocó otro cojín en la espalda para enderezarlo y se sentó en el borde de la cama.
-Qué escribes -preguntó- Cuéntame.
-Tecnocracia- Néstor mostró lo escrito en su pizarra - hoy nos enseñaron los deberes que tenemos con el gobierno desde los diez años.
La abuela le dedicó una sonrisa.
- Eso me recuerda que tenemos algo muy importante que hacer hoy.
Néstor se agitó y cambió de pantalla sin levantar la mirada. Pantalla tras pantalla, fue pasando palotes unidos por una línea, de tres en tres. Al final, ahí estaba. Quedaba sólo uno. Néstor lo cruzó con una línea en el cristal y lo convirtió en una cruz, un símbolo que dieron en historia una vez. Cuando terminó levantó la vista y miró por la ventana al cielo de la noche.- ¿Es muy largo el viaje de regreso? -preguntó
- Jamás será tan largo como los años trabajados para pagar la deuda -volvió a explicarle su abuela.
Era verdad. Diez años en las minas de silicio, con el cepo programado para soltar a los trabajadores una vez pagado el Estado. Se lo habían contado mejor en el colegio, pero no quería alterar a su abuela. La garantía de techo, agua y comida excluía todo lo demás, y si se deseaba más de lo mínimo sólo existía el trabajo forzado para pagar la deuda.
Se quedó mirando al cielo, con los ojos entornados para jugar a adivinar una luz de la nave que traía a su familia de regreso. Quería gustarles, ser el más listo y el más divertido.
- Buenas noches, Néstor - se despidió la abuela, acariciándole la cabeza en un gesto eterno.
- ¿Me cuentas la historia de cuando se veían las estrellas? ¿De cuando eras niña y aún se veía la luna? -Néstor tenía los ojos brillantes.
-Es muy tarde y mañana es tu cumpleaños, hijito. Ahora duérmete. Debemos madrugar para estar primeros en la plataforma de llegada.
Un chasquido en su nuca como cada cada noche y el pellizco sedante empezó a adormecerle las extremidades. Dejándose arrastrar por la corriente que dormía su sangre, escuchó a su abuela mientras entornaba la puerta de su habitación.
-Has valido cada año trabajado.
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