Tengo
que reconocer que Marianela de los Santos-León Rodríguez tiene un gusto
exquisito. Nada más subir las escaleras de mármol que me llevaron a la segunda
planta de su casa de campo, me encontré con un aguatinta del siglo diecinueve,
junto a unos lirios recién cortados del jardín dispuestos en un jarrón de
cristal de Bohemia. El conjunto abría boca al resto de la planta: un recibidor
inmenso con lámparas japonesas de bambú iluminando el camino y tapices traídos
de Asia en las paredes, colgados al lado de la puerta de cada habitación.
Había ocho habitaciones.
Me divirtió el juego de encontrar a su marido esperándome en una de ellas.
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