Éramos muy pobres, pero tuvimos vacaciones. Sí señor, con unas monedas tuvimos una semana de vacaciones que conservaríamos en la memoria. Habíamos tenido un año agotador y planeamos tantas cosas para escapar de la ciudad ¿saben? Hacer autostop hasta Iguazú, dormir en casa de un conocido del hermano de Rodolfo (en esa época lo llamaba Fito, esto que estoy contando sucedió antes de su despertar metafísico), tentar a algún catamarán a pasarnos al otro lado. Hasta escondernos en un camión. Fotocopiamos un mapa de carreteras en la biblioteca sin que nadie nos viera, en la escuela de adultos, para no pagar los centavos que costaba hacerlo ¡No podíamos derrochar! Qué tiempos... Cuando cuento esto, siento nostalgia por la aventura de la pobreza.
En fin, que me desvío del tema.
Resultó que una amiga de Fito, pobre como nosotros pero además fea, de esas que ni el ocio de tirarse a un perdedor la podría entretener, ganó un concurso por lo que sabía de una telenovela de la siesta. No recuerdo si era de la siesta, o era una de la tarde de esas que disfrazan de serie con buenos actores, y son culebrones. La cosa es que esa chica miraba mucha televisión ¿He dicho ya que era fea? Sí. Y ganó un concurso enviando las respuestas a un apartado de correo. El premio era nada menos que una semana en un hotel de tres estrellas en el Nahuel Huapi. Era para dos personas, y la chica tuvo que irse con su mamá. Las dos vivían en una casa de una planta, con pocos electrodomésticos, pero con un jardín tropical en donde habían colocado una piscina de plástico, la única de todo el barrio. Lo que no gastaban en aire acondicionado lo ponían en el agua que llenaba esa cosa. Aunque tampoco pagaban el agua. La madre de Andrea, así se llamaba, era una artista con las plantas, y le envidiábamos ese jardín y esas orquídeas que el invernadero de la ciudad le dejaba, según ella (su hijo trabajaba en él a cambio de una subvención del Estado). Si lo pienso bien, creo que todo el país estaba lleno de gente sin trabajo, ni coches, ni créditos, ni vacaciones, como nosotros.
Así que la madre de esta chica nos pidió que le cuidáramos la casa y, sobretodo, el jardín, porque Fito sabía de plantas, habiéndose robado esos libros donados por la escuela de jardinería a la biblioteca. Yo sólo iba de amiga de Fito, y a falta de playas de Brasil me conformaba con esa piscina para curarme de peleas familiares. Una larga historia. Mejor digamos que necesitaba unos días lejos del área tóxica de mi familia. A cinco manzanas, distancia suficiente puesto que había que cruzar el canal que atravesaba el barrio. El canal era un límite sicológico. Por ese canal intentaron encajar un brazo del río Salado, excusando así el derroche de cemento de los presupuestos inflados con los que llenaban nuestros barrios de gente sin nada que hacer.
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