“A tu amigo”, dijo. “A tu amigo”. Sonreía, le vi la lengua oscura, y se mojaba los labios.
Necesito dormir, oficial, necesito cerrar los ojos por un momento y apretar el mechero para dejar de temblar. Si no le importa, me lo quedo. Algo entre las manos, si no le importa, quédese con alguno de los que hay en la sala. Cualquiera, son todos míos. Los dejaron aquí en la fiesta, así que son míos. Coja el que le apetezca, hay uno en forma de arma. Ese le gustará, yo lo elegiría, pero me gusta el suyo. Azul, frío, pesado. Ya sé que es corriente, no me lo diga, pero pesa. Si supiera lo liviano que me siento. Voy a desprenderme de la tierra, así de liviano, relleno de gas.
Ya se lo he dicho, no sé quién era. Una más aquella madrugada. Esa fiesta de cumpleaños estaba espesa, no recuerdo bien ¿Algo fuera de lo normal? Todo. Había subido demasiada gente (sus manos no podían con el taza de café). Nadie preguntaba, en la neblina de tabaco, quién era quién. Cuando quedábamos los últimos a Karim le dio sueño y se retiró sin despedirse (temblaba el café, se derramó un poco). Se asomó a la sala y nos llamó un momento después. “Tienen que ver esto”. Philippe y yo lo seguimos. Siempre lo seguíamos ¿Ha visto el grosor de sus brazos? Los armarios temblequeaban en la cocina cuando sus pasos entraban por la puerta. Lo que queda de sus brazos… Lo seguimos hasta la puerta de su habitación, sabiendo lo que podíamos encontrar. Siempre nos mostraba el trofeo. Pero, ¡era tan pequeña! Tan frágil. Se había deslizado hasta su cama. La vimos allí dormida, completamente desnuda. Ondulaba al respirar. Pude sentir la punzada del tornasol de su piel en el paladar, antes de que Karim nos cerrara la puerta en las narices mientras se bajaba la bragueta.
No me dejaron dormir. Karim tenía el colchón en el piso, y yo escuchaba su parquet crujir. Me duele la cabeza ¿Podría apagar alguna luz? Se lo agradezco. Gracias, pero ya no fumo. Entonces sí fumé. Fumé escuchando los gemidos, y cada vez que estuve a punto de dormirme volvían a empezar con la misma intensidad. Pensé que estarían esnifando. Se escuchaba la música, y el canal porno, y las risas de ella.
Al mediodía, sentado a la mesa de la cocina mientras terminaba una botella de ron, me dí cuenta de que habían parado. Creo que comí algo, estaba masticando cuando escuché a Karim acercarse hasta la cocina. Entró tambaleándose. Se calentó el café que quedaba del día anterior, apenas podía levantar la taza. “Tronco”, me dijo buscando la botella de agua en la nevera. Me dijo algo más, “que hembra”, se bebió la botella, la llenó en el grifo y se la llevó consigo. Supuse que tendríamos un momento de calma y me metí en mi habitación. Pero escuché a la chica gimiendo otra vez, volvieron a empezar. Philippe dormía con pastillas, era habitual. Y yo intentaba dormir, soñando con ella. Me despertó un golpe. En los minutos en los que dormité se habían metido a la ducha. Follaban en la ducha y se cayeron, ese fue el golpe que me despertó. Pero… siguieron.
Unas horas en internet y no conté el tiempo. Luego de hacerme una paja, responder en los foros y buscar bestias en youtube, con los cascos puestos, conseguí pensar en otra cosa. La luz del pasillo parpadeó un par de veces debajo de mi puerta. Pensé que, siendo la tarde, Karim la habría despedido, acompañándola hasta la puerta y prometiendo una llamada. Me entraron ganas de orinar. Salí al pasillo. No había ningún sonido. En todo el edificio. Ningún televisor, ni los ladridos del perro del vecino, ni los coches de la calle. Nada. Fui al baño. Sé lo que pensará, a mí también me lo parece. Revisé la papelera buscando los condones. Pero no había nada. Escuché un sonido, que se apagaba, el único sonido que no era mío. En el baño los espejos confunden, lo sé, pero algo pasó son rapidez por el pasillo. Reptando. Lo vi por el espejo un segundo después de escuchar ese sonido. Salí del baño y vi la puerta de Karim entreabierta. Había luz, por eso la empujé. Debí haber tocado antes. En la habitación, las pruebas del bondage, esa práctica que a Karim lo mantenía empalmado, estaban a la vista. Anudadas las sábanas en un recorrido sinuoso, se habían repartido por toda la habitación. Creo que incluso se colgaron del armario ¿Tengo razón?
Allí estaba yo, hipnotizado, cuando me preguntó “¿Qué haces aquí?”. Era Karim, a mis espaldas, con cajas de pizzas y refrescos. Vi que tenía ojeras muy profundas y verdosas. Y trataba de explicarme mientras salía, cuando vi que la puerta de Philippe estaba abierta. “Pequeña”, dijo Karim. Desde la sala, avanzaba hacia nosotros ella. Estaba tragando algo, su cuello se movía. “¿Me esperabas?”. Ella asintió con la cabeza. Estaba desnuda y zigzagueaba mientras avanzaba. “¿Tienes hambre?” Ella dijo que no y empezó a empujarlo con el sexo hacia su habitación. Karim lo tomó a juego. “¿Y qué has comido, si se puede saber?”. Entonces, ella miró hacia la puerta de Philippe y dijo “A tu amigo”, y terminó de empujarlo, cerrando la puerta tras ella.
El rostro de Karim, antes de perderlo tras esa puerta. Su rostro. La estaba mirando. Algo estaba mirando. Lo vio, nos miramos, soltó las cajas y el refresco. Pero la puerta se cerró. Y empezaron los gritos ahogados. No sabía qué pensar ¿Qué hubiera hecho en mi lugar? La noche caía, la habitación de Philippe escupía oscuridad y en la de Karim el fragor de una lucha empezaba a silenciarse. Esa puerta nunca más se abrió, hasta que los llamé. Pero nunca la vi salir, no me importa lo que me diga, ella entró, y nunca más salió por esa puerta. Búsquela, volverá a tener hambre.
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