El pichón parece mucho más feo cuando Margarita le abre el pico a la fuerza, aunque con cuidado, para dejar caer en su buche unas gotitas de la jeringa descartable. Flaco, con unas pocas plumas creciéndole desparejas en el cuello, un ala y la cola, es un ave gris que aletea pero no vuela cuando por fin se libera de Margarita, y recorre con un gurgullo la camilla metálica dando saltitos. Ladea la cabeza para ver mejor a las dos mujeres que lo rodean.
- ¿Y eso para qué es? –pregunta Olivia, apretando las manos y las ganas de consolar al pichón.
- Para equilibrarle la dieta, ya que no le das insectos.
Margarita consulta el reloj colgado de la pared. Abre enseguida un cajón y hurga entre cajas de medicamentos.
- Es la hora de Gallo,-dice mientras sale con otra jeringa en la mano- agarrá al pichón, ya está tranquilo.
Olivia sale tras ella y la sigue, con el pichón envuelto en una bufanda y acurrucado en el nido de sus brazos maduros. Los pliegues de la bufanda continúan en los pliegues de sus brazos. Olivia escucha el gorgojeo de placer, casi de gato, del ave que aún ladea la cabeza para mirarla. Por un pasillo pasan de la sala de consultas a la de un hogar.
Allí, Margarita está repitiendo la operación de la jeringa con un papagallo que al soltarse de sus cuidados amenaza a la mano con un picotazo al aire y casi pierde el equilibrio en su aro de caña. Un gato se revuelve sobre la manta al crochet en el que anidó sobre el sofá. Hay un televisor encendido, y la sala suena a pájaros al atardecer, pero el sonido proviene del patio. Cae el sol, y una docena de pájaros en sus jaulas, amarradas al tronco del paraíso, imitan a aquellos que llegan hasta el árbol a pasar la noche. Cotorras, cardenales, canarios, zorzales. Los libres y los atrapados, dormirán bajo el mismo cielo. Margarita se asoma a la ventana y, cogiendo una videocámara que descansa en la silla cercana, llama a Olivia.
- ¡Rápido, ahí están!
Olivia se acerca a la veterinaria.
- Apuntame todo lo que te debo, la semana que viene cobro.
Pero Margarita no le responde, hipnotizada por la imagen que repite la pantalla de la cámara. Olivia observa sin cámara; de todas las jaulas, hay una que tiene bolsas de agua, un repelente electrónico de mosquitos, recortes de mantas. En ella, tres pichones de zorzal se agitan ante los barrotes. Del lado de la libertad, un zorzal adulto mete el pico entre los alambres, se aparta, da vueltas sobre sí mismo, canta, regresa a los barrotes y mete el pico nuevamente hasta tocar los tres picos pequeños que se estiran hacia el ave adulta.
Margarita sonríe y sigue filmando. Olivia mira de lado como su paloma. Margarita, sin dejar de mirar a la cámara, le confirma.
- Es la madre de los pichones.
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