El sol, rebota y se multiplica llenando de reflejos la piscina solitaria, repetido en las gafas de los tres muchachos que se broncean en tumbonas junto a una cuarta tumbona cubierta por una toalla húmeda. Uno de ellos se pone crema en las mejillas y la frente, otro sostiene un móvil que suena con música distorsionada, el tercero bebe agua de una botella. Los tres acompasan con sus cabezas el movimiento de la aspiradora acuática que va trazando paralelas a un lado y al otro de la piscina, sujetada de un extremo por la chica de traje de baño rojo, que se cubre del sol con una camiseta y camina por el borde mirando fijamente el agua. Cuando se apaga el ruido del motor, la chica extrae la aspiradora sujetando el tubo con las dos manos.
- Sí que está buena.
- Sí.
Siguen comentando en voz alta las bondades anatómicas de esa chica que pliega el tubo y se sienta ahora bajo la única sombrilla del otro lado de la piscina, en una silla de director elevada sobre una plataforma de cemento, se peina el cabello con las manos y se pone también unas gafas de sol.
Llegan hasta la hierba un grupo de chicas, la mayor tendrá unos dieciséis y al dejar un bolso que huele a látex en la hierba se queda de pie. Mientras sus amigas se reparten las toallas y se quitan los pantalones teniendo cuidado de no arrastrar con ellos la pieza del bikini, ella espera a los de las gafas levantando un poco la mano derecha hasta decepcionarse con la seguridad de que no la ven.
- Hola Susi –pasa junto a ella otro muchacho que se une al grupo cargando una bolsa con latas de cervezas.
Cuando Susi intenta devolver el saludo, el chico ya está participando de la conversación mientras reparte las latas, recibido entre festejos. Sin dejar de mirar a la chica cubierta por la sombrilla, se sienta en la tumbona libre.
- ¿Qué me perdí?
- Acaba de pasar el aspirador ése.
- ¡No me jodas! ¿Y me lo perdí?
- Cómo le empuja…
- Qué arte…
- Mierda –abre una lata de cerveza que le salpica espuma en la barbilla-, ya me perdí la medición de cloro también. La próxima vez que vaya otro.
Se limpia la espuma y da un sorbo. La chica al otro lado es una figura inmóvil en la sombra, con las piernas cruzadas, atenta sólo al movimiento del agua que empieza a aquietarse, sinuosa. Los muchachos echan suertes con una moneda, y dos de ellos se tumban de espaldas mientras los otros dos mantienen su posición. Las sombras rectas desaparecen en la resolana que rebota desde las paredes del edificio. Rodeados de ventanas cerradas al calor, los muchachos sudan. Las gotas de sudor corren, engordan y se espesan en frentes y cuellos de los cuatro. Tienen la piel cobriza, el pelo pegado al cuero cabelludo, y uno de ellos resopla. Se yergue aún sentado en la tumbona, mirando el agua.
- Quiero bañarme- dice poniéndose de pie y provocando que el otro vigía gire la cabeza hacia él.
- Ni se te ocurra- le dice.
- Me muero de calor –se queja.
- Dúchate- le replica dando por zanjado el tema, volviendo a observar a la chica.
El muchacho dice algo entre dientes y se dirige a la ducha colocada en una esquina junto a la hierba. Al regresar, empapado, se sienta en la misma posición.
- ¿Mejor?- le pregunta el compañero sin mirarlo.
- No ¿por qué no puedo bañarme?
- ¡Porque ella no sabe nadar!
- ¡Pero yo sí!
- Si te bañas tú, nos bañamos todos. Y si entramos todos, nos seguirá el resto. De ahí a la tragedia…
- No hay nadie ¿Quién nos seguiría? –dice y abre los brazos mirando a su alrededor, señala al grupo de chicas- ¿las chavalas? Si sólo vienen a broncearse… y los niños tienen la suya –indica a sus espaldas un rectángulo blanquecino de agua rodeado de setos en donde flotan unos patitos de goma y un cubo turquesa boca abajo.
Uno de los que está de espaldas se gira hacia la conversación tratando de secarse los chorros de sudor con la muñeca.
- Pienso igual, a estas horas no hay nadie.
Guardan silencio. Fruncen el entrecejo por la luz. Se miran entre sí haciendo gestos como negar con la cabeza, encogerse de hombros, levantar la palma de la mano y bajarla pidiendo calma. El que aún permanecía tumbado se incorpora con un suspiro de fastidio, quitándose las gafas.
- ¿Cuál es el problema?
- ¿Cómo sabes que no sabe nadar? –lo miran los tres.
- No sabe –dice con una sonrisa entre dientes.
- Juraría que al menos hay partes en ella que flotan –dice el que inició el debate.
Y en ese momento, cuando se disponen a debatir otra vez con los gestos repetidos para defender sus puntos de vista, la chica cambia de posición, estirando una pierna y cruzándola un poco más alta, sobre el muslo contrario. Los muchachos callan. Los cuatro la miran sin respirar por unos segundos. Uno de los muchachos coge de la muñeca al que tiene junto a él y se la aprieta. La chica se toca las gafas y parece prestarles atención, pero se queda otra vez inmóvil. Pasado el lapso, uno de ellos se tumba de cara al cielo.
- Yo no me pienso arriesgar.
Las sombras se alargan recorriendo la hierba. Algunas ventanas, ya a salvo del sol, se abren dejando salir el sonido de una batidora, una mascota que sacude su collar, unas mujeres que hablan mal de sus maridos mientras preparan un té helado. Los muchachos ya no sudan, la sombra de un arbusto les toca las cabezas. Un hombre llega con una niña cogida de la mano que se deja llevar hasta una tumbona mientras va adelantando en sus comentarios lo que va a hacer una vez tenga los manguitos puestos. Los manguitos. La mención levanta la vista del hombre al cielo y rebusca en un bolso de donde extrae toallas, cremas, un gorrito rosa y un sándwich envuelto en papel film. Las chicas han puesto su propia música en un móvil que está decorado con pegatinas de Hello Kitty, y una de ellas fuma a escondidas. El hombre mira al grupo de muchachos y al de las chicas, tras ver el humo del cigarro entre la hierba se decide por los muchachos y se les acerca.
- Tengo que subir un momento – señala a la niña que se ha puesto el gorrito y sigue hablándole a las toallas, mientras las despliega con mucho trabajo sobre la hierba, arrastrando cada punta entre sus dedos hasta formar el rectángulo -¿le pueden echar un ojo?
El hombre también se queda mirando a la muchacha, porque acaba de quitarse la camiseta y se levanta de la silla estirando los brazos, espiando su bañador en la entrepierna.
- ¿Ha medido el cloro ya?- pregunta apartando la vista para buscar a la niña.
- Le falta la tercera medición –dice un muchacho estirándose hacia un reloj de pulsera que descansa en el hueco de una zapatilla.
- Vale, si me doy prisa puede que llegue a tiempo –responde el hombre rascándose la nuca.
- Vaya tranquilo, nosotros le vigilamos la niña.
- Gracias, es que ella no sabe nadar.
El hombre se aleja a paso apresurado, casi dando saltitos en sus chanclas con los codos pegados a la cintura. El último comentario giró las cabezas de los muchachos hacia él. Lo vieron alejarse. Entonces vieron a Susi haciendo estiramientos junto al borde de la piscina. Al meter la punta de un pie en el agua se le eriza la piel, retrocediendo unos pasos. La chica del traje rojo la observa también, con las manos en la cintura. Los muchachos la reconocen, uno de ellos levanta una mano para atraer su atención. Como no lo consigue se cruza de brazos. Expectante y sin disimulo, otro alterna la mirada entre la muchacha que estira el escote de su bikini y a la chica del traje rojo que se lleva un silbato a los labios. Ambas se están mirando sin decir palabra, de pie ante la piscina quieta. El muchacho abre los ojos y la boca cuando Susi toma carrera.
- ¿Qué hace? –alcanza a decir cuando los salpica la zambullida.
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